jueves, 19 de noviembre de 2015

Día 8: Escribir una precuela de LogicMan

El Don


El niño no hacía más que travesuras. Para él, todo era una aventura: subir a los árboles del parque y desde ahí arrojar piedras a los demás, subir la falda de sus compañeras de salón, bajar el pantalón de sus compañeros en clase de deportes. Y todo era genial: lo consideraban el jefe indiscutible, el Don del barrio.

Pero al llegar a casa, lo primero que veía siempre era un espejo. Y a través de él veía a un niño en toda regla (rodillas raspadas, ropa sucia y pelo rebelde) llegar sólo a casa. Ni en la cocina, el baño, la sala o las habitaciones había más alma que la suya.

Sus padres no hacían más que trabajar. Lo querían, el niño nunca lo dudo aunque ellos nunca se lo dijeran. Al terminar el crepúsculo su mamá lo llevaba a la cama y le leía cuentos. Al alba su padre le leía el periódico. Ambos le daban de comer y esperaban a que terminara para llevarlo a la escuela, donde se turnaban para escuchar reclamos de sus maestros.

“A lo mejor son vaqueros y por eso se van toda el día, a robar bancos, y al terminar y volver conmigo, están cansados y llenos de polvo con las caras tostadas. Sí, son vaqueros”

A todos decía eso y, al ser El Don quien lo decía, lo creían.

“Sólo el hijo de unos ladrones sería así de malo”.

Un día, la escuela iría de excursión y en la mochila en forma de pokémon del niño iba un papelito, un permiso. El niño llegó a su casa, se vio al espejo y decidió esperar a sus padres ahí, sin moverse. Al llegar sus padres, el espejo los reflejo llegando juntos. El niño sonrió, volteo a ver a sus padres sorprendidos por encontrarlo ahí. El niño vió la preocupación de sus padres y vio sus propias lágrimas en sus ojos. Saca de la mochila el papelito y se los enseña.

Esa noche no hubo cuento ni en la mañana hubo periódico. Su desayuno eran apenas unos huevos. Alguien toca a la puerta, el niño abre: un taxista.

“¿Es usted el joven Juan?”

El taxista lo lleva a la escuela. Es amigo de sus papás, pero no parece cómodo con el niño.

“No importa” se dice “hoy hay excursión”.

El bosque era obediente con la primavera, hermoso. Los maestros piden a los niños que esperen un momento pues aún están limpiando la siguiente sección a visitar. Los niños son niños, se salen de control y Juan corretea a varios. Él es feliz y no nota el miedo que le tienen: es más alto, más fuerte, más rápido, más descuidado. Cruzan la cerca, chocan con unos conserjes.

“¿No qué tus papás eran vaqueros?”

El cazador, convertido en presa, no sabe asimilar las burlas. Sus padres nunca han sido padres, no saben qué hacer. El Don, el niño, corre. Corre por el bosque, se pierde en él hasta resbalar.

Arriba de él una familia de pájaros: la madre llega con alimento para sus pajaritos. Luego de darles de comer parece abrazarlos. Juan llora, grita, desea tanto un abrazo que se abraza las rodillas.

La montaña, el bosque, siente piedad por él. Lo abraza con helechos. Los animales se acercan a él. Pachamama aparece.

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