viernes, 27 de noviembre de 2015

Día 16: Escribe un cuento sobre la primer canción que aparezca en aleatorio en tu reproductor

La canción es “In The Desert Of Set” del disco Teli de la banda Therion.


El gran desierto

Jasejemuy nació 20 años después de que Seth hubiera sido coronado rey de egipto. Vivía en medio de lo que solía ser el rió nilo, al menos eso creía. A sus 20 años vió el río arder por meses, haciendo huir a ranas y demás pestes hacia los pueblos, quemando primero cocodrilos y luego a los peces indefensos. Tras de sí, el fuego sólo dejó un montón de piedras, restos de la ciudad más llena de vida que los egipcios pudieran recordar.

Su familia fue al sur, él fue al norte. Aprendió a vivir del agua de rana, agua estancada repleta de ranas y sus hueva. Ahí daba de beber a los dromedarios y llenaba la espalda de agua a los camellos. Sin querer, paso de viajero a mercader del agua. Así conoció a Nephthys. Se enamoró de ella pese ser mucho más joven que ella, aunque nadie que no fuera un loco del desierto lo hubiera dicho: ella era el nilo en sus mejores crecidas, fértil como una tierra perdida en la historia.

Jasejemuy le contó que buscaba el legendario río salado, al norte, tan al norte como se pudiera llegar. “Ahí sólo encontrarás más y más oasis de ranas. Las ranas lo dominaron todo.”

Pero Jasejemuy no cedió y abandonó a Nephthys. Fue al norte hasta cumplir 40 años. Hacía tiempo que había comido a sus camellos: ya no hallaba humano con el cual comerciar. A su lado, los dromedarios florecieron en tres generaciones, a ellos los conservaba con la esperanza de tener su propia familia.

Nunca encontró el mar: sólo desierto y más desierto. Cada tres o cuatro meses encontraba ranas y sus estanques, pero a lo largo de los años había notado que los ojos de estas eran cada vez más grandes y parecían ópalos algunos, diamantes negros otros. También el desierto era diferente: la sal del norte era fría y quemaba sus manos aún más que la de su hogar.

El día que cumplió 40 años, vió a las primeras personas: hombres altos de pelo como paja. Sus ojos eran negros. Ahí comenzó la noche: el sol se volvió una niebla gris que brillaba tanto de día como de noche. Cuando la niebla alcanzó a la luna, ésta se volvió un punto negro en el eterno día. Una presagio del fin.

Los hombres le contaron que eran hijos de Nephthys y que ella mandaba a buscarlo. Tomaron a los dromedarios y entonces Jasejemuy notó que sus prendas eran de piel de rana. Sonrió, nunca se le había ocurrido tal cosa.

Caminaron como sabiendo dónde encontrar agua, pues nunca les faltó. Hacía tanto tiempo que Jasejemuy no había estado en el sur que había olvidado cómo era su cielo, lo anhelaba.

—Sabes que es el fin ¿verdad? —dijo Nephthys cuando lo vió, seguía tan fértil como antes— Lo es, querido Jasejemuy.
—Deseo una familia que cuide de mis bestias.
—No hace falta: he dicho a mis hijos que las degollaran a todas.

Jasejemuy intentó salir, pero al llegar a la puerta de la tienda distinguió el olor a sangre y los gemidos dóciles de sus animales.

—El nuevo mundo no los necesita: mi hermano es todo lo que debe quedar. Y sólo faltas tú. Pero me ha pedido que te permita ver su obra de arte.

Cuando Nephthys puso sus delicados dedos en el brazo de Jasejemuy para llevarlo fuera, éste descubrió las llagas que la nube sol le había provocado. Pensó que la muerte lo reinaba ya todo, pero al salir de la tienda su nariz le advirtió una sensación: tierra mojada, brisa.

 Fuera de la tienda y hasta donde veían sus ojos, distinguió flores rojas. “Croak” escuchó. “Croak, croak, croak” cantó el mundo y las ranas salieron de dentro las pequeñas flores. Jasejemuy piso una, dos, tres, no había otra cosa en el mundo más que él, Nephthys y esas malditas ranas. “Croak, croak, croak” Miro al suelo y vio sangre en sus zapatos, en sus pies. Las ranas se lo habían comido todo.


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