sábado, 21 de noviembre de 2015

Día 10: Empieza la historia con "Ella toco la pequeña caja azul en su bolsillo y sonrio"

El Collar

Ella tocó la pequeña caja azul en su bolsillo y sonrió de manera grotesca. Los ángeles que la veían en el cielo, lejano y a salvo, la compadecieron: había perdido la fe, la esperanza. Ella sabía que la observaban, da igual, a la mierda con los ángeles, la habían abandonado en ese lugar horrible con sólo una caja.

La caja elegía quién iba a morir: azul para mujeres, rojo hombres, amarillo para niños. Desde que vivían en esa idílica casa de apenas dos pisos un estacionamiento y un pequeño jardín con jacarandas sus hijos ya habían muerto, al igual que su esposo.

Su hija mayor encontró la caja en su habitación en la segunda semana de abril, cuando el resto de la familia había ido de vacaciones y ella tenía que prepararse para sus exámenes de titulación universitaria. La caja era azul. La joven tardó una semana en quedar sin pelo y pesar menos que su hermano de 7 años. La vida la abandonó. Incluso cuando la encontraron parecía que sus huesos se hacían más delgados, siendo absorbidos desde el tuétano.

Al terminar el funeral, fue el padre a quien se le encomendó la tarea de limpiar la habitación de la niña. Era lo más sano. Metió todo en cajas, creía que así parecía que su querida hija sólo se mudaba a otro lugar, a un país lejano a cumplir sus sueños.

Termina de limpiar la habitación dejándola como antes de irse a vivir a esa casa. Intenta salir pero escucha la risa de su hija. Voltea sin advertir las lágrimas que salen de su rostro. Una caja roja, el último recuerdo de su hija parece, parece llamarlo con la voz de su nena. La toma y la mete en su bolsillo. Se pregunta por cómo hace una caja así de pequeña para caber en un bolso, como si guardara una joya.

Un amigo le promete deshacerse de las cosas de su hija. Sólo tiene que atravesar el bosque que divide a dos ciudades enemigas. En una curva termina todo. Deja de haber necesidad. El auto explota y quema las cajas. Nunca se encuentra el cadáver del esposo.

Madre e hijo deciden irse de la casa. Hoy te despedirás de tus amiguitos en la escuela, sí, sí, es difícil decir adiós, pero sobreviviremos, tú y yo. Tú y yo.

La caja estaba ahí. En su bolsillo. La había visto sólo en la mochila de su hijo, era amarilla y ahora azul. Sabía que su hijo estaba muerto. Aunque en realidad, al niño lo matan a golpes. Nunca había sido popular y los otros niños decían que su casa estaba embrujada. Lo odian. Lo repudian, prefieren verlo morir ahora que comenzar a verlo como un igual. Más son iguales.

Parecía llevar diamantes, entendía qué tipo de diamantes llevaba. Diamantes que amaba, que había traído a este mundo y había criado. Diamantes que cuentan historias de orgasmos imposibles en lugares irrisibles. Diamantes que le daban ropa de regalo. Sonrió por haberlos encontrado luego de haberlos perdido. Abrió la caja y dejó que pasara lo que debiera pasar.

Entre el cielo y el infierno, otra mujer despierta, un vampiro, despierta y junto a su cama, donde usualmente se encuentra su esposo ve un cajita blanca. Sonríe. Llama como loca a su querido. Éste llega con dos copas de vino. Feliz aniversario. Abre el collar: 4 diamantes.

— Son mis favoritos, de todos los colores, hasta parecen que tienen alma.

La mujer sonríe al sentir el tacto de la caja en sus inmortales dedos.

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