jueves, 2 de mayo de 2013

Two Dreams

Tuve un sueño. Fue un sueño raro, de esos que sé que debo intentar seguir al pie con de la letra ¿les ha pasado? tan reales y tan apegados a la realidad, que es difícil admitir que fueron sueños y das gracias porque hayan sido solo sueños y no pesadillas, pues temes no despertar de ellos.

Le temo a mis sueños ¿pueden creerlo? cuando niño solía tener varias pesadillas que me revelaban pedazos de mi personalidad, pedazos que me desagradan. pedazos que he tenido que aceptar, pedazos que he tenido que perdonar y pocos, no, mucho menos que pocos, qué he podido modificar.

Pero no fue un sueño. Fueron varios. Fueron varios.

En uno de ellos me encontraba en una encrucijada llamada San Lázaro, decidiendo entre tres pocibles destinos. Elegí bien en el sueño, elegí mal en la vida real. Me arrepiento pues creo que las decisiones correctas lo fueron porque se tomaron en el momento indicado.

Lo lamento porque creo en la irreversibilidad, creo en no poder volver a un estado cero pero también creo en el glorioso poder de la improbabilidad.

Pero como dije, hubo otro sueño relacionado con mi tesis:

Estaba dentro de una muy conocida cueva donde me encontraba frente a un hombre con la justa cantidad de sangre en su cuerpo como para hacer de su vida un infierno: sus labios abiertos y sujetados con pinzas dejaban ver un agujero habilmente abierto desde el paladar hasta el cráneo, pasando por sus fosas nasales y con todo lujo de fluídos corporales. Su torax estaba abierto y sus arterias clampeadas hacía el interior de la cueva. La pared de la cueva era de cuerpos carbonizados.

La pregunta era ¿qué hacía yo ahí? ah, claro, mi trabajo era impedir que el tipo muriera hasta que él hubiera producido la suficiente cantidad de adrenalina como para matar a un rinoseronte ¿eso se puede? no lo sé.

Desde entonces procuro no comer carne roja, me parece asqueroso.