martes, 1 de diciembre de 2015

Día 20: usa las siguientes palabras en un cuento (abuelo, álbum fotográfico, oficina postal y folder)

Humanidad es una palabra comúnmente usada para describir a una especie de ser vivo, compuesto mayoritariamente por carbón y el ímpetu de conocer y relacionarse con otros seres vivos, en el peor de los casos con otros seres vivos que puedan ser agrupados por la palabra Humano. Cuando estas relaciones alcanzan a varios miembros del grupo y trascienden una etapa generacional —esto es, se chingan entre ellos y crecen nuevos Humanos— se crea un nuevo grupo denominado sociedad.

Contrario a muchos otros grupos de seres vivos relacionados, las sociedades son conscientes de su propia existencia y atrocidades, muchas ocasiones olvidan que su unidad atómica es el Ser Humano, que también puede llamarse Hombre. Para el caso que nos ocupa, hablaremos de un hombre de estatura promedio, inteligencia promedio, con una casa promedio, que al igual que el abominable promedio de los humanos desde hace varios millones de años, camina de forma promedio alrededor de otros humanos, parecidos entre sí. Hay sólo dos cosas que diferencian a este humano en particular: su gusto por los sombreros de piel (los usa aún en invierno, cuando son del todo innecesarios) y el folder rosa que lleva bajo el brazo.

Si uno observa con atención —amable lector, le pido que haga uso de su imaginación o bien, salga a leer esto a la calle— todos los humanos se siguen los unos a los otros: si en el camino uno golpea a otro, inevitablemente los cinco o seis humanos detrás lo golpearán también. El día de hoy, al hombre del que hablo, lo han golpeado ya 40 veces y ha activado un mecanismo de defensa evolutivos llamado ser amargado: produce gruñidos y mira a los ojos a todos quienes se le cruzan, intentando persuadirlos de sus intentos de agresión, con muy malos resultados. Esta actitud provoca que quienes lo golpean se sientan satisfechos, como si hubieran cumplido con algún mandato divino al castigar a este Humano tan desagradable.

En el horizonte, otro humano aparece: es apenas un crío, tan delgado y mal vestido que parece trapeador. La escena es habitual: observa al hombre promedio e identifica que, aún más que ese excéntrico sombrero de piel, el folder es importante. Corre. Lo golpea y en un rápido intercambio de modales termina huyendo con el folder. El hombre promedio se queda perplejo, pero le han quitado un peso de los hombros.

El joven (palabra usada para identificar críos de humano que son suficientemente grandes para ser insoportables) entra a una calle menos transitada. Abre el folder y aspira un polvo blanco. Le reconforta saber que tenía razón. Abre una puerta roja con tanta naturalidad que parece no importarle a los transeúntes que su nariz está sangrando. Tampoco le importa al padre del padre del joven. Un hombre en toda la extensión aburrida de la palabra que por su actitud bien podría pasar por otro crío. Le grita palabras que en lenguaje humano están diseñadas para ofrecer una crítica constructiva e invitan a una profunda reflexión sobre el ser, pero que en práctica sólo hacen salir lágrimas de los ojos de los humanos.

El hombre cría llama a sus secuaces, hombres que a lo largo de su vida han demostrado ser buenos relacionándose entre sí, y deciden intercambiar el contenido del sobre por algo llamado dinero, una simple y muy útil convención de las sociedades humanas para conseguir cosas sin necesidad de discutir demasiado.

Le entrega el folder a uno de ellos, quien lo lleva a la oficina postal ahí lo cambia de lugar: introduce el contenido en varias cartas con direcciones sabidas de antemano y nombres falsos. El contenido del sobre es distribuido por toda aquella sociedad.

En otro lugar de la ciudad (nombre que los humanos le dan a sus cuchitriles) otro humano hace que sea necesario introducir una nueva palabra: mujer, básicamente un humano pero de formas más redondas, piel más suave y una determinación para casi cualquier cosa que roza con lo que es universalmente conocido como locura. La especie humana requiere de estos dos factores (hombres y mujeres) para producir críos, representando uno de los principales desafíos y motores en la carrera de esta especie por convertirse en una civilización medianamente decente.

Ahora bien, como les decía, en otro lugar del cuchitril se encuentra una mujer viendo su pozo de nostalgia depresiva y nostalgias de la edad, también conocido como álbum fotográfico. No es que fuera particularmente vieja para el entonces estandart de su sociedad, sino sólo un rasgo de su personalidad. Escucha el timbre de su puerta tocar y desea que no hayan extraviado de nuevo su mensajería. Abre la puerta y sólo ve un sobre que abre deseando se trate de una carta de amor. Sólo polvo blanco.

Al mismo tiempo, el crío y el humano crío mueren asfixiados. Los secuaces están paralizados en el hospital y sus médicos dejan sus intentos de salvarlos para pasar a algo más importante: conocer la causa de muerte. El hombre promedio está saliendo del cuchitril: ha contactado con sus jefes y desconoce el asombroso éxito que tiene su plan. Al día siguiente esta mujer muere en soledad. Su último pensamiento es: no hay nada peor que morir en soledad.

En los hospitales, las personas mueren en tal cantidad que al irse de este mundo, sienten consuelo de no irse solos.

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