martes, 8 de diciembre de 2015

Día 26: Escribe sobre la 30va fotografía en tu celular

Eduardo Coronel Garcilaso



Las noches, para muchos, son ese momento en que pueden descansar del mundo, de sus traiciones y humores. Darse un oasis de seguridad en sus sueños, un tiempo de completa soledad donde no había falta pensar en la inutilidad de la vida o esperando ser útil para la vida. No es el caso del Coronel Eduardo Coronel Garcilaso.

Siendo un virtuoso del submarino, del agua arbonatada, diodos, bisturís, golpes y demás felaciones, a todos parecía natural que alguien tan normal como él tuviera remordimientos por sus víctimas, o al menos pesadillas llenas de culpa; las enormes bolsas moradas bajo sus ojos indican que así debía ser, pero no es el caso. Coronel ha tenido los mismos sueños desde antes de enrolarse a la academia militar.

Cuando adolescente, al igual que sus actuales compañeros de juerga, creía que esos sueños eran la demostración inconsciente de alguna culpa reprimida; leyó todos los libros que halló sobre psicoanálisis, consulto a tarotistas y adivinos, recurrió incluso al padre de la iglesia pentecostés, pues tenía pena de contarle sus sueños al padre que le había dado bautizo y comunión. Así pues, tuvo que reconocer que al inicio de su temprana infancia debió ser una terrible persona; torturar y quemar gatos vivos, aunque le parecía una obscenidad, de acuerdo a los discípulos de Freud era una causa muy probable de sus pesadillas. De esta forma, el adolescente Coronel decidió que tenía culpas de la infancia y que no había otro remedio que tener culpas en el futuro. Así al menos la pesadillas valdrían la pena y obraría en la misma causa que acogía su alma.

Ya enrolado en el ejército, el joven Eduardo decide revelar sus sueños de mareas rojas y octópodos a su enamorada, Fátima Piedad Carmona. Ésta, horrorizada como humana consagrada a la ayuda de los demás (es enferma) pero extasiada por la estupidez resultado de un enamoramiento fugaz y primerizo, decide abandonarlo todo y casarse con él. Usted sabe, para ayudarlo a cargar el peso de una vida de penas.

Siempre que Coronel tiene a un pobre hombre enfrente (todo hombre es de espíritu pobre, gran aprendizaje que al joven Eduardo le enseñan en el catecismo), el Coronel dispara sin piedad, dividiendo su pensamiento en dos: el uno que ha decidido que ese es el camino que el señor le ha dado y que debe seguir como orden de nuestro santo padre, y el segundo que quiere vomitar. Esta frialdad en batalla lo hace merecedor de medallas y condecoraciones que no hacen sino confirmar su vocación.

Eduardo Coronel, ya siendo Coronel, es designado por dedazo del señor presidente, conocido suyo de la academia militar, al mando de la región 4 del máximo batallón de inteligencia del ejército nacional. O lo mismo: el hijo de puta encargado de los interrogatorios, cargo que ejerce con gran diligencia y poco placer. Sus colegas creen que su corazón frió lo ha hecho el hombre al que incluso sus hijos temen, pero es una vida de hijo de puta el que lo ha convertido en un hijo de puta.

Por las noches sueña con el pulpo. No importa que desnuda en su lecho duerme su esposa Fátima o a alguna otra diligente mujer que desea ver a su liberal esposo liberado. Sueña que cada ventosa del pulpo es una boca que chupa sus pómulos y machaca sus testículos, que los tentáculos entran por su boca y oídos, que de la boca del animal sale un falo que lo sodomiza. No importa, se ha acostumbrado tanto al sueño que incluso el pulpo y el calamar son sus alimentos favoritos y ha usado su sueño como inspiración para innovar en su trabajo. Le llaman artista.

Un día, en medio de una sesión donde a un infeliz le pregunta por nombres y direcciones mientras unos guardias usan palos contra la esposa del diablo aquél, es el Coronel y no éste quien se desmaya. Lo veía venir, cada día le da más asco aquel trabajo e incluso piensa en el retiro. Eduardo Coronel vuelve en sí en un hospital, tres meses después. No ha tenido el sueño. Frente a él, unas radiografías de su cráneo muestran un rostro justo en su coronilla. Usted tenía un hermano gemelo, escucha decir al doctor luego de un rato, siempre vivió con usted ¿nunca sintió algún malestar? No, jamás.

Dos semanas después, Coronel vuelve a casa acompañado de esposa e hijos. Ahí lo esperan amigos y regalos. Una nota de su compadre, el señor presidente, dice en letra clara y romántica que casi se regresa de las naciones unidas al saber que su íntimo amigo estaba en el quirófano. Putita cabrona, ríe entre dientes el Coronel. Festeja y contra la indicación del doctor, bebe hasta quedar dormido en su sofá.

Esa noche tampoco sueña. Sonríe al despertar, al ponerse su traje y al llegar a su trabajo. Le sonríe y da los buenos días a un pobre diablo llamado Juan Ramirez. Se entera que tiene esposa e hija. Tiene asco, pero recuerda que lleva casi tres meses sin ver a su amigo el pulpo amarrado entre sus piernas y que ha matado a su hermano.

— Mirá cómo es un hombre, Juanito—le dice a Juan antes de obligarlo a ver como viola a la mujeres.

Pulpo Sodomizando a Hombre, de Francisco Toledo
De la exposición “Duelo” de Francisco Toledo, en el MAM

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