sábado, 5 de diciembre de 2015

Día 24: Una historia que ocurra 100 años en el futuro

— Vivimos para sobrevivir, no para juzgar.
Tarde muchos años en entender las palabras de mi padre. Cuando pequeño, no entendía lo que significaba sobrevivir, mi madre nos daba de comer y el amo le daba de comer a ella. Al crecer, acompañar en las incursiones a las ciudades al amo y nuestro padre era un juego.

Ellos no le tenían miedo a nada. A las sombras que acechaban cada esquina, ni a los cuerpos con olor a sangre que nos vigilaban a lo lejos. Incluso parecían divertirse cuando teníamos que saltar para evitar disparos de las azoteas.

Pero siempre mientras regresamos al refugio en silencio, con las mochilas llenas de latas y municiones, sus miradas eran tristes, llenas de preocupación. Dejaban que mis hermanos y yo peleáramos y jugáramos, pero no soportaban nuestros ladridos. Todo debía hacerse en silencio.

Conocí la palabra muerte a mis 7 años de edad, cuando en una incursión mi hermana recibió un disparo en una pierna trasera. Recuerdo sus ladridos, el primero fue corto y el segundo largo, como un del viento atravesando un árbol. Mi padre se detuvo sólo a decirnos que siguiéramos corriendo. Cuando nosotros encontramos un refugio, el amo ordenó a mi padre que nos quedáramos y salió. 5 minutos después regresó con el cuerpo frió de mi hermana. Volvimos a casa y el llevo el cuerpo de mi hermana.

Conocí la palabra sobrevivencia el día que los otros encontraron nuestro refugio. Tenía 30 años y 30 eramos los perros que el amo poseía. La mayoría apenas unos cachorros: mi madre defendió la casa mordiendo siempre al cuello, como papá siempre nos había enseñado. El sabor a sangre nos volvió locos y atacamos. Eran un grupo pequeño, pero todos tenían armas, el amo y mi padre se retiraron y sólo los mayores pudimo seguirlos. Sobrevivimos 9.

Dos semanas después entendí las palabras mi padre: no había comida por ningún lugar y los caminos que no eran zona infestada de muerte, estaban infestada de los otros. La tarde siguiente al término de la comida, mi padre vino a vernos y me recordó sus palabras. El amo tomó su palo de hierro y le cortó el cuello. Mis hermanos comenzaron a gruñir, nuestros ladridos comenzaron lo vimos quitarle la piel, pero guardamos silencio al ver que lo cocinaba y nos los daba.

Entonces entendí que en toda mi vida no había visto a otros perros, tampoco a otros humanos. Sólo mi familia y el amo. Decidimos sobrevivir.

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