viernes, 4 de diciembre de 2015

Día 23: Describe o inventa un recuerdo de tu niñez

¿Verdad o Invención?

Antes amaba el frío, pero ese día hacía frío, mucho. Al menos para mi, un recién llegado a un lugar que odiaba con personas que odiaba, hacía frió. Recuerdo llevar un pantalón de algodón debajo de mi pantalón de mezclilla, una playera de manga corta bajo una de manga larga, y arriba de eso una chamarra militar. Recuerdo estar acostado en el segundo nivel de una litera, en la esquina de una habitación sin ventanas, entre dos cobertores. Afuera estaba oscuro, pero eran las 4 de la tarde. La fragilidad de la corriente eléctrica no permitía el uso de bombillas, así que era oscuro. Tampoco el de la televisión y la señal de radio se quedaba en una colina a 50 metros de esa casa. Frío, oscuridad y silencio. No, no había silencio: había voces de las otras personas que vivían ahí ¿quiénes eran? prefiero huirles.

El pantalón de mezclilla se estaba congelando, como si fuera cartón me rasgaba la piel en lugar de mantener su temperatura. Entré en las cobijas y con mi aliento intenté calentar las piernas. También intente frotar con mis manos y moverse. El frió nunca desapareció, pero sude. Aquel día había vuelto a pelar en la secundaria, si a eso se le llama pelear. Dos niños (20 centímetros más bajos que yo, 20 kilos más pesados) me golpeaban las costillas mientras otros me sostenían por detrás. Luego, cada uno tomaba una extremidad y me cargaban contra el primer poste de luz que encontrarán ¡La memoria es increíble, he logrado olvidar ese dolor! más recuerdo que ese día apenas podía caminar. La última vez que había llegado golpeado quejándome a casa, había terminado más golpeado, por maricón, por débil, para aprender a ser hombre. Siempre me defendí y por muchos años continúe siendo golpeado, pero no por cobarde o infantil.

Odie ese sudor de miedo, por vergüenza. Quería bañarme, pero de haberlo hecho tendría que salir y caminar 10 metros hasta la cisterna, sacar agua, traerla a la casa y conectar una resistencia, lo que implicaba someterse al permiso de las voces al otro lado de la pared. No lo hice.

Sólo quedaba dormir, pero mi cuerpo era mi enemigo y desee ir al baño. Eso era más sencillo: 4 metros fuera de casa, abrir la cortina, subir a dos tablones superpuestos a un agujero que hacía de fosa, aguantar el aire rancio de mierda mientras tenía que bajar mis pantalones y rogar que el aire no se llevará las lonas que hacían de pared o que uno de las postes enterrados se cayera, o que no lloviera y me pudiera resbalar. Daba igual, lo hice.

¿Saben? afuera hacía aire y del cerro bajaba una nube con brisa y agua hielo, pero ahí hacía menos frío que en mi cama. Incluso cuando estaba acuclillado con los pantalones abajo y comenzó a llover. La lluvia era más cálida que el viento, mucho más. Me quite la chamarra y me lave los brazos, las piernas. Lo único repugnante, además de estar sobre un agujero de mierda, fue limpiar mi culo mojado y sucio de mierda.

Me volví a poner la chamarra, subí los pantalones y regrese a esa casa. La voces me vieron, me regañaron, me impidieron entrar. Pasaron 2 minutos y me tendieron una toalla. Me sequé. La ropa mojada la coloque en la única silla de mi habitación. No recuerdo si dormí. Tampoco recuerdo si cené. A ese día le siguieron muchos más fríos, con pantalones de cartón, agujeros de mierda en el piso y golpes. Con mi silenciosa garganta consumiéndose en palabras nunca dichas. No importa, ya paso.

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