jueves, 12 de noviembre de 2015

Día 1: Re-Escribir El Pájaro de Fuego

Mi cuento favorito y el primerodel que tengo memoria haber leído.

El príncipe Iván, el pájaro de fuego y el lobo gris


Una vez, en tiempos remotos, vivía en su retiro una zarina apodada Misha con sus tres hijos los príncipes Demetrio, Basilio e Iván Zarevich. Poseía un espléndido jardín en el que había un manzano que daba frutos de oro. La Zarina lo quería tanto como a sus hijos y lo cuidaba con gran esmero.

Un día, afligida notó que hacían falta varios de sus dorados frutos. Sus hijos al ver su melancolía decidieron dar caza a quién se hubiera robado las manzanas.

La primer noche fue el turno de Demetrio. Salió al patio y se escondió tras los arbustos de una pared para vigilar. Poco a poco la fría noche dio cobijo al príncipe quien sin notarlo, se durmió.

La segunda noche fue turno de Basilio. Al escuchar la historia de su hermano, en lugar de esconderse cómodamente en los arbustos, se disfrazó de espantapájaros, creyendo que la posición le impediría dormir. La noche, igual que la anterior, inició helada, pero poco a poco hizo tanto calor que Basilio término sofocado, desmayándose por el cansancio.

La tercer noche fue turno de Iván, el menor. Sus hermanos entre risas y advertencias le habían dicho que dejará la empresa, que era imposible y que era cosa de magos. Pero Iván no desistió y desde la tarde salió al patio con el arco que fuera de su difunto padre. pidió carcaj y flechas a los guardias del palacio. Al anochecer sacó de entre sus ropas una litografía de su familia donde aparecía su padre feliz y comenzó a llorar. No notó el frío de la noche pero al sentir misterioso calor de la noche, recordó cómo era la cálida espalda de su padre al cargarlo en hombros y sonrió ante el alegre recuerdo. Volteó al cielo con la esperanza de ver a su padre, pero éste le envió al pájaro de fuego.

Lo vio bajar del cielo y comenzar a picotear sin ningún problema las manzanas. Iván tomó una flecha de su carcaj y la lanzó con precisión, pero el inmenso calor producido por las alas del ave desviaron la flecha y ésta sólo golpeó la cola de fuego. El pájaro salió volando al sentir el golpe.

Iván despertó a todo el palacio y explicó a su madre y hermanos lo sucedido. Aún cuando no le creían, Iván corrió hacia las faldas del árbol en busca de las plumas arrancadas por el disparo. Estas habían quemado el pasto ahí donde lo habían tocado y produjeron severas quemaduras en los dedos del joven príncipe. Ya no había duda: el pájaro de fuego era real.


Sin pensarlo un segundo, los príncipes pidieron sus caballos y prometieron a su madre regresar con el pájaro de fuego. Antes de salir, Misha les dijo que quien entregará el pájaro, se convertiría en el único heredero.

Los tres hermanos salieron. Demetrio y Basilio se fueron adelantando pues las quemaduras de su hermano menor le impedían ir al paso de éstos. Cruzaron valles y montañas hasta por fin perderse.

Los días pasaron hasta que Iván se encontró en una encrucijada que poseía un poste:

«Aquel que tome el camino de enfrente no llevará a cabo su empresa, porque perderá el tiempo en diversiones; el que tome el de la derecha conservará la vida, si bien perderá su caballo, y el que siga el de la izquierda, morirá.»

El príncipe Iván pensó por un momento y miró a su caballo, quien con ojos tristes, casi llorando le acercó la crin, como abrazandolo. Se alejó dos pasos y movió su cuello, diciendo sí. Ambos descansaron a un lado del camino y un par de horas después, tomaron el camino de la derecha.

El camino poseía una niebla gris que recordaba a Iván a cada momento lo que decía el letrero. Tanto el príncipe como el caballo no tardaron en darse cuenta que de la niebla se escurría una sombra gris, alimentándose de su ansiedad, observando cada movimiento y sobre todo, esperando. Día tras día el caballo parecía más desesperado, sus ojos temblaban visiblemente y su paso era inseguro. Iván decidió bajarse de él, abrazarlo y llevarlo por las riendas a pie para calmarlo, como diciendo “todo está bien”. Pasaron un par de horas así hasta que al fin sintió el caballo se había tranquilizado, dispuesto a llevar a su amo a lomos. Cuando se preparaba para subirse una sombra se materializó a sus espaldas.

Entonces supo lo que el caballo ya sabía: su muerte estaba pactada y en un mutuo entendimiento, caballo y demonio habían decidido realizar sus actos cuando él estuviera abajo: así no podría morir ni salir lastimado en el ataque.

La niebla desapareció, absorbiendo al caballo del príncipe. En su lugar, un enorme lobo, con la boca llena de humo veía atento a Iván. La mirada ya la conocía, la había sentido desde hacía tantos días, tan cercana, que pareciera siempre haber estado ahí.

—Siento, Iván Zarevich, haberte privado de tu caballo; por lo tanto, móntate sobre mí y dime dónde quieres que te lleve.

—¿Quién eres?

—Soy un lobo, como puedes ver. Le prometí a tu caballo llevarte a donde él ya no podría.

Iván se subió a lomos del caballo y apenas nombró el pájaro de fuego, éste corrió hacia el norte tan rápido que las noches parecían más cortas y las montañas apenas unas colinas. El lobo se detuvo frente a un palacio plateado, en la cima de una duna de arena. Iván bajó del lobo y notó que sus quemaduras habían casi desaparecido.

— Sube por las murallas, justo debajo de aquella torre. Cruzarás un jardín. Al otro lado estará el pájaro de fuego en una jaula de oro. Coge el pájaro, pero guárdate bien de tocar la jaula.

Iván Zarevich franqueó el muro y se encontró en medio del jardín. De día, las llamas del pájaro no eran más que plumas rojas. Lo tomó y se disponía a salir, cuando pensó que no le sería fácil el llevarlo sin jaula. Decidió tomarla y apenas la hubo tocado cuando sonaron mil campanillas que pendían como fantasmas por todo el palacio. Se despertaron los guardianes y cogieron a Iván Zarevich, llevándolo ante el zar Dolmat, el cual le dijo enfadado:

— ¿Quién eres? ¿De qué país provienes? ¿Cómo te llamas?

Le contó Iván toda su historia, y el zar le dijo:

— ¿Te parece digna del hijo de un zar la acción que acabas de realizar? Conozco a tu madre y fui compañero de tu padre ¿así es como te han educado? Si hubieses venido a mí directamente y me hubieses pedido el Pájaro de Fuego, yo te lo habría dado de buen grado. Mi reino era antes un bosque de hielo donde podías pescar, vivir del ganado y el trabajo en el campo hacía felices a los mujiks, pero desde que llegó el pájaro de fuego las noches son tan calurosas que mi reino se ha convertido en un desierto. Te lo daré de buena gana si me traes el Caballo de las Crines de Oro, que pertenece al zar Afrón. Sólo así entregaré al Pájaro de Fuego.

Volvió Iván Zarevich junto al Lobo Gris que, al verle, le dijo:

— ¡Ay, Iván! ¿Por qué desobedeciste?

— He prometido al zar Dolmat que le traeré el Caballo de las Crines de Oro, y tengo que cumplirlo,
porque si no, no me dará el Pájaro de Fuego.

— Bien; pues móntate otra vez sobre mí y vamos allá.

Partieron aún más rápido de cómo habían llegado. Iván se preguntaba porqué el lobo le había dicho que entrase a escondidas al palacio, si el Zar se había mostrado tan carismático. “Quizá el lobo es sólo un animal salvaje”.

— La gente esconde sus intenciones, príncipe Iván. Mirá, ya vamos llegando.
Basilio era el más educado de sus tres príncipes Zaravich. Siempre había sido diplomático. Pero cuando Iván vió su cuerpo colgado del establo, entendió que era también muy ingenuo.

— Lobo ¿este reino hacia qué dirección está de mi hogar?

— Hacia el oeste, joven príncipe.
Iván asintió. “Entonces Demetrio fue hacia el norte”.

— Entra en esta cuadra; los mozos duermen profundamente; saca de ella al Caballo de las Crines de Oro; pero no vayas a coger la rienda, que también es de oro, porque si lo haces tendrás un gran disgusto.
Iván Zarevich limpió sus lágrimas y entró con gran sigilo al establo. Desató el caballo y miró la rienda. Era hermosa pero la imagen de su hermano era más fuerte que toda la belleza. Desistió de tomarla y cuando ya iba saliendo del establo se encontró al zar Afrón, que al verlo gritó:

— ¡Dime de qué país vienes y cuál es tu origen!
Iván Zarevich contó de nuevo su historia, a la que el zar hubo de replicar:

— Aquel era tu hermano entonces. Él vino ofreciendo mentiras y se ha ganado el castigo que se da en mi reino por eso. Es la justicia del zar, no lo olvides. Admiro tu valentía pero ¿Y te parece bien robar caballos siendo hijo de un zar? Ahora tendrás que ir lejos, muy lejos, a mil leguas de aquí, a buscar a la infanta Moreineba. Si consigues traermela, te daré el caballo y también la rienda. Eres valiente, pero no tonto. Así que anda.

— He prometido al zar Afrón —contestó Iván— que le traeré a Moreineba. Es preciso que cumpla mi promesa, porque si no, no conseguiré tener el caballo.

— Bien. No te desanimes, que también te ayudaré en esta nueva empresa. Móntate otra vez sobre mí y te llevaré allá.

Ésta vez se dirigieron hacia el este, hasta llegar a un jardín que era rociado por una cascada de hielo.

— Esta vez voy a ser yo quien haga todo —dijo el lobo—. Espéranos a la infanta y a mí en el prado al pie del roble verde.

Iván lo obedeció y el Lobo saltó por encima de la verja, escondiéndose entre unos zarzales. El lobo se acercó a la cascada y se convirtió en niebla de mar. Tan salada que el hielo comenzó a fundirse y la cascada arrojó más agua que nunca. Puesto que era de tarde, los arcoíris no tardaron en aparecer mostrando un espectáculo hermoso. Moreineba salió con sus damas a ver el espectáculo cuando la niebla se hacía más y más densa. El lobo la tomo como había tomado al caballo. Llegó a donde se encontraba Iván y aún con humo saliendo de su boca dijo:

—Móntate, Iván; coge en brazos a Elena la Bella y vámonos en busca del zar Afrón.
Iván, al ver a Moreineba, se enamoró de tal modo de sus encantos que se le desgarraba el corazón al pensar que tenía que dejársela al zar Afrón, y sin poderse contener rompió en amargo llanto.

—¿Por qué lloras?

— ¿Cómo no he de llorar si me he enamorado con toda mi alma de Moreineba y ahora es preciso que se la entregue al zar Afrón?

— Pues escúchame. Yo me transformaré en ella y me llevarás ante el zar. Cuando recibas el Caballo de las Crines de Oro, márchate inmediatamente con ella, y cuando pienses en mí, volveré a reunirme contigo.

El Lobo se volvió niebla, humo y finalmente adquirió la forma de Moreineba, durmiendo apaciblemente. Iván lo llevó ante el Zar y al igual que Iván quedo enamorado de Moreineba y le dió al caballo de las crines de oro. Iván lo tomó, regreso por Moreineba y se dirigió hacia el reino del zar Dolmat para que le entregase el Pájaro de Fuego.

El caballo de las crines de oro era rápido, pero no como su amigo el Lobo, a quién Iván recordaba con amargura sin nunca decir nada. Pasaron tres días hasta que Moreineba despertó. Iván contó su historia y echó a llorar por su amigo el lobo. Cuando sintió de pronto que una niebla lo cubría todo y apareció el Lobo.

— Aquí me tienes. Siéntate, Iván, si quieres, en mi lomo.

Se pusieron en marcha: Iván sobre el lobo y Moreineba sobre el caballo de crines de oro. Al pasar de una semana llegaron al reino de Dolmat; cerca ya del palacio, el zarevich dijo al Lobo:

— Amigo mío, óyeme y hazme, si puedes, el último favor; yo quisiera que el zar Dolmat me entregase el Pájaro de Fuego sin tener necesidad de desprenderme del Caballo de las Crines de Oro, pues he decido que Moreneiba sea mi esposa y el caballo, su regalo.

Se transformó el Lobo en caballo y dijo al zarevich:

— Llévame ante el zar Dolmat y recibirás el Pájaro de Fuego.
Era ya de tarde cuando el zar Dolmat los recibió. Éste se puso muy feliz pero advirtió a Iván.

— Por las noches es imposible controlar al pájaro de fuego, como ya puedes sentir su alas en el ambiente. Quédate y te daré un festín.

La fiesta duró toda la noche

Al alba, cuando Iván se encontraba ya lejos con Moreneiba y el caballo, Dolmat, que estaba impaciente por estrenar su caballo nuevo, mandó que lo ensillaran, y montándose en él salió a dar un paseo soñando en el nuevo bosque que crecería en sus tierras; pero en cuanto estuvieron en plena duma empezó el caballo escupir humo. El zar sintió frió como no había sentido en mucho tiempo e intentó volver al castillo cuando la niebla ya lo rodeaba todo. Notó hasta entonces que ya no iba sobre un caballo sino sobre un lobo que le mostraba los dientes y de un brinco comenzó a huir.

Iván tampoco se dió cuenta cuando el lobo apareció detrás suyo. Pero su presencia lo tranquilizó. Caminaron en silencio varios días pues, al igual que el caballo, sabían que el lugar de la despedida había llegado.

— Ahora, adiós, Iván Zarevich; te serví fielmente, pero ya debo dejarte.

Y diciendo esto desapareció.


Los viajeros decidieron descansar al llegar a la encrucijada. Colocaron al pájaro de fuego en la copa del árbol y al anochecer, éste los cobijó con su calor. Pero, al llegar la medianoche apareció su hermano Demetrio, que llegaba del camino central.

Demetrio había pasado todo este tiempo en medio de fiestas y juegos, tomando licores de todos sabores y procedencias, conociendo tantas mujeres y entablando amistad con los hombres más ruines y simpáticos del mundo, olvidando por completo la promesa que había hecho a su madre la zarina. Pero un día los rumores de una hermosa mujer cabalgando sobre un caballo de oro lo habían incitado a tener una nueva aventura. Desde lejos reconoció al pájaro de fuego y recordó su promesa rota, debajo de este reconoció al caballo de crines de oro y entonces supuso que aquella mujer que dormía acurrucada en un hombre tan jovén como ella no podía ser otra que Moreneiba.

Cuando el ave lo reconoció comenzó a graznar y su fuego se hizo más intenso, provocando la combustión al árbol y despertando a la pareja y el caballo. Fue entonces cuando Demetrio vio a Iván y en segundo planeó y culminó sus planes.

Moreneiba grito al ver la espada atravesar el cuello de Iván.

— Moreneiba: haré contigo lo que hice con él si dices una sóla palabra. De hoy en adelante contarás como fuí hasta tu reino, ciego de amor por ti y luego engañe a los zares para conseguir el pájaro de fuego y el caballo de las crines de oro.

Ella aceptó temiendo su propia muerte, horrorizada de ver a Iván muerto. A la mañana siguiente, cuando las llamas del pájaro de fuego fueron consumidas en su totalidad, Demetrio se los llevó a todos a su hogar.

Los días pasaron y cuando los animales comenzaron a hacer sus nidos en el cuerpo de Iván, una familia de cuervos llegó para alimentarse. Cuando la madre cuervo intento picotear el ojo de Iván, escuchó el llamado de sus pequeños cuervos.

— ¡Oh, lobo gris! ¡no te comas a mis pequeños! —el lobo tumbó a los pequeños y se acostó sobre ellos, dejando sus cabezas por fuera para que su madre las viera.

— Los despedazare si no me traes enseguida el agua de la vida y la muerte.
La madre cuervo salió volando. Tres días pasó el lobo, alimentando a los pequeños con carne de caballo que aún guardaba y protegiendo el cuerpo de Iván con su niebla. Al regresar la madre con un frasquito de agua torció el cuello de un cuervecito, dejándolo muerto. Abrió el frasco luego de apartar a la madre llorando que lo intentaba picotear y lo roció con el agua. El pequeño despertó.

— No se vayan aún —dijo el lobo quien roció a Iván con el agua.

— ¿Cuánto tiempo ha pasado?

— Mucho, príncipe Zarevich. Tu hermano te ha robado el fruto de nuestras aventura y en nombre de éstas he venido a ayudarte nuevamente, con una condición. Deberás descatar nuestra historia y tesoros y de hoy en adelante cuidarás de esta familia de cuervos. Vamos.

El grupo llegó al palacio de la Zarina Misha el día que se celebraba la unión de Moreneiba con Demetrio. Todo el palacio se llenó de niebla y los graznidos de los cuervos se unieron a los del pájaro de fuego quien rompió su luto por el príncipe haciendo ondear en llamaradas sus alas. Iván entró acompañado del lobo gris y Moreneiba salió corriendo hacía él, sabiendo que nada le pasaría. Antes de que Demetrio desenvainara su espada, el lobo gris mordió su mano.

Iván contó todo a su madre y ésta ordenó el destierro de Demetrio. Moreneiba se casó con Iván, quien a su vez dedicó su vida a cuidar a la familia de cuervos.

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