sábado, 14 de noviembre de 2015

Día 3: Historia ocurrida antes de los años 50s

Cristeros


En la oscuridad de su pequeña chosa, sólo se encontraba su aliento.


Sin esposa. Sin hijos. Su única familia era su sombra proyectada en la pared que parecía bailar al compás de su única y última vela. Ya ni siquiera tenía bestias o perros, los únicos animales en esa noche eran los  insectos y el recuerdo de su esposa. Y sólo la segunda respondía a sus penas.

Agitaba sus dedos, los contraía y le dolían. Deseaba una pistola, era más fácil apuntar a su propio rostro. Podía tomar el machete ¿y luego? podía cortarse la panza por la mitad. Con esfuerzo, pero podía. Tardaría en morir, igual que los animales. Y sabia que eso le causaría dolor. Dolor. De sólo pensar en el dolor se río.  Allí donde estaba no podía haber más dolor.

La noche avanzo hasta que la luna se colo en la habitación, jugando con las cortinas y dibujo en su mente la imagen de una niña que debió ser suya, pero que había sido de Pietro ❝Tonto, tonto, tonto. Si él es de ojos azules, alto y hacendado. Y uno que es moreno, con un bigote apenas salpicado ¿qué le puede ofrecer a las mujeres?❞. Cuando niño, su mamá le contaba historias de indios que se habían casado con las señoritas de los dueños.

Pero a él le tocó al revés. Su mujer se fue a ser una amante más del hacendado. Él, que tanto le gustaba presumir que había arreglado la fachada de la iglesia y que escondía a los cristeros en su casa,  a él parecía no importarle que en todos los pueblos supieran a qué se iban las mujeres para su hacienda.

Pero al pobre indio ¿qué le quedaba? echarse encima a los otros que lo consideraban santo a Pietro, que lo veían como un pobre diablo. Deseaba haber entrado en el ejército, para matar cristeros y no dejarse matar por uno.

¡Ay, la recordaba! ¡Su Petra se había ido! tan menudita, tan sonriente, ni lo pensó dos veces cuando su niña salió de ojos azules ¿qué era para él un par más de bocas qué comer? No la podía culpar por ser  madre, porque ahí en su casa, casa de indio, esas dos bocas eran un mundo de hambre. Pero su mundo, a donde él pertenecía.

Ni tiempo tuvo de ver a la niña. Nomas la vio Petra y se hecho a correr. Había sido la gente del pueblo los que le avisaron que la habían visto con la niña, casi cojeando del cansancio de labor, con  dirección al rancho de Pietro.

— Miré usté, si es la primer recién parida que veo correr. A lo común es que se queden en casa varios días, nomas despiertas para atender a sus criaturas. Yo pensé que iba con su nena a verlo a usté y pus me quede a recoger mis cosas y limpiar, ¿Cómo me iba yo a saber que usté andaba en otro lado? si apenitas me había traído pa’ca y lo común es que el padre se quede a ver. Ya verá que todo se remedia. Ya verá que diosito  lo alivia y hace recapacitar a esa mala mujer. A lo mejor usté no es el padre, pero sí el esposo, haga valerse.

Ya habían pasado días, y seguía sóloy dios no le mandaba cura, nomas una vela y sus manos para  trabajar. No había podido dormir por las noches; el silencio no lo dejaba, le traía recuerdos y su respiración nomás le recordabá lo poco macho que era.

Aaah uuuh aaah uuuh. ❝Pus pa’que pase tres años en su casa si se iba a ir de la mía❞. ❝Pus pa’que tale mis terrenitos pa’vender carbón y comprarle el vestido de la boda❞. aah uuh aah uuh. ❞Pus pa’que  traje a la partera esa si era del cabrón aquel❞. ah ah uuh ah ah uuh. ❝Aquí no hay dios, pero sí hay  pecados❞. Ah uh ah uh ah uh. La vela se apagó. Su papá le decía poco hombre. ❝Saca tu machete, vete por ella❞. ahuh ahuh ahuh. Su mamá le pedía nietos. ❝Quiero nietos, pa’trabajar las tierras de tu padre y las mía, antes de que mis pinches hermanos nos las arrebaten❞.

Pero estaba sólo él contra el cabrón de la hacienda. Ese hijo de la chingada tenía a su hija, y  a Petra y quien sabe cuantos otros.

Ahuhahuhahuh.

Ahhhhhhh

Tomó su machete y dejo de oír su respiración. Y se dio cuenta de algo que todos los que nacen hijos de puta se dan cuenta desde que tienen fuerza: es más fácil matar al cabrón de enfrente que matarse a uno mismo.

Se vio salir de su chosa, corriendo. Habría quienes creyeran que sólo estaba borracho, otros acertarían pensando que al fin se había vuelto hombre. Ninguno lo detendría, no. Un hombre debe hacer lo que un hombre debe hacer. No olvidaría esa madrugada, ni él ni quien se pusiera en su camino. La luna ya no tardaba en abandonarlo ¡qué importa! Sólo ya estaba y sabía muy bien a donde ir.

Toda la vida había caminado por milpas, y atravesar a ciegas una de agave no le parecía tan terrible como el peso de las noches anteriores. No había estrellas en el cielo, pero estrellas había en la casa,  ardiendo en cuartos sin luces como gimiendo que lo invitaban a entrar. Entra, entra, entra ya. Apaga las voces. Escuchaba ya su Petra gemir y gemir, como bebé que pide la teta a su Pietro. Trepo por una pared, y se alivió de saber que esa noche, el único fuego de la región sería su causa.

Sólo había mujeres en el cuarto del que abrió una ventana. Su machete asomo su brazo de muerte  primero y en el frió acero despertó a varias. Les pidió silencio. Les pidió a su hija y lo que sus ojos  comprendían como mentira su brazo lo volvía muerte. Apago los intentos de gritos hasta volverlos noche y dio un salto al vació al entrar a la casa.

En su interior gritaba que apareciera su esposa y su hija. Gritaba tanto que puso su mano libre en su cuello y luego la llevo a su oreja. Quería regresar a su casa, regresar con su madre y arrepentirse, pero sintió un latigazo llevarse su arma.

Nadie haría caso de un balazo en el rancho, en medio de la noche. ❝Justicia de Dios❞ dirían todos. Pietro era un santo católico, y como santo católico que era entrego el cuerpo de un Indio desangrándose a la iglesia. Aunque todos sabían su historia y porque había ido a matar a Pietro, fue condenado como federal y puesto en una cruz afuera del pueblo. Le pusieron una corona de espinas y le dejaron un ojo bueno, por piedad. Al menos así conoció a la niña, de nariz ancha, cabello negro y ojos verdes. Su piel, como de café con leche terminaba de delatar su paternidad. No dijo nada a esa mujer que había sido su esposa.

Se pregunto si alguien iría a su casa. Si su familia le pediría al cielo que le trajeran justicia. Si le encenderían una vela que calentará su tumba como ahora el sol a su piel, que en la muerte debe hacer tanto frió como el que ahora sentía. Se pregunto si pisaría otra vez la tierra, y si entonces, sería tan hombre como había sido la noche anterior.

No importaba ya. No estaría sólo nunca más, al menos su sangre le haría compañía.

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