jueves, 14 de febrero de 2013

Stupid disgusting freethinker pig


El año pasado durante las elecciones se hizo evidente el clasismo de muchos méxicanos en comentarios del tipo “ese wey qué, su papá es X”, “tú qué vas a saber si estudiaste en Y” o el matador “cómo vas a saber más que yo que conocí a Z”. Palabras más, palabras menos, pero esas eran las ideas en general.

Por ejemplo, durante las marchas era evidente donde terminaban las escuelas públicas para empezar las privadas o donde estaban los de tal o cual carrera. Íbamos juntos pero no revueltos.

Estéticamente eso se veía bien, era como un mural de Diego Rivera con los labradores de un lado, los artesanos de otro, políticos al centro, etc. También para fines de seguridad es bueno (en México, las matanzas del 68, 72 y la guerra sucia son recuerdos que aún duelen y que no tienen fecha de quedarse en el pasado).

Pero para fines prácticos, de génesis de propuestas y corrección o renovación de ideas, eso fue un desastre. Qué si no votar es malo y me valen pito tus ideas. Qué eres un terco niño pequeño burgués y tus ideas son simplemente estúpidas y poco dignas de ser escuchas por mí. Qué oye mi reina te ves super bien déjame tomarte una fotito pero te juro que en cuanto me digas algo de política me pinto de cuadritos.

Mi hipótesis es que socialmente nos estamos estancando en nuestra vecindad de amistades. Resulta irónico porque uno de los ejes de estas manifestaciones era la gran envergadura entre unas clases sociales y otras.

Desde el principio quise observar la evolución de estos movimientos. Tenía curiosidad por ver qué pasaba y con quien terminaría peleado. Y paso:

Descubrí que perezco (pertenecí y siempre debo pertenecer) a la clase trabajadora de México y que de ahí no puedo moverme o pertenecer a otra clase sin convertirme en el peor de los traidores y por si fuera poco, debo seguir el comportamiento que mi arquetipo posee (bendito paradigma orientado a objetos): odiar mi trabajo o sufrir porque no tengo trabajo, vivir frustrado y con deudas, reprimido por la policía (aunque eso nunca ha pasado) y sufriendo los embates macroeconómicos, disfrutar solo ciertos tipos de manifestaciones artísticas, escuchar solo la música del pueblo, etc.

Me recuerda a Un Mundo Feliz de Huxley (libro más bien esnob para mi clase, yo debería adorar 1984 por ser más representativo de mi sentir… y de hecho sí me gusta más pero por otras razones) donde a los humanos de clase A les enseñan que viven mejor que los de clase C y a los de clase C los convencen de no desear ser como los de clase A porque los A viven estresados y llenos de trabajo (“¡qué bueno es ser C!”). Qué un A intentará hacer el trabajo o adquirir alguna costumbre de un C no solo era impensable, sino obsceno y digno de castigo.

¡Y ahora eso sucede en este multidiverso país! Los unos no toleramos las ideas de los otros porque estamos convencidos de que son ideas completamente erróneas y que los porta voces de estas ideas deberían cerrar la boca y admitir que les venceremos de cualquier manera en cualquier conversación. Cuando podemos ser el Jerusalén iluminado del siglo VIII, con árabes, cristianos, judíos y demás culturas compartiendo e intercambiando sus conocimientos para enriquecer su propia cultura, preferimos ser los puritanos ingleses que llegan al nuevo mundo en el siglo XVII que asesinan a todo lo que consideremos del diablo (en el sentido antagónico de lo que creemos correcto).

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