martes, 5 de febrero de 2013

Songs of February



Dice la leyenda que después de morir el padre de Astor Piazzolla, su hijo entro a la cocina guiado por las notas más tristes que había escuchado en su vida. Era su padre triste con un bandoneón tocando lo que más tarde sería Adiós Nonino. Los tangos de Astor Piazzolla siempre me parecieron tristes. Quizá por eso me gusta bastante más que Don Carlos Gardel.

La música triste me gusta, me trae nostalgias, no sé si nuevas o viejas, pero definitivamente bellas. Algunas me causan cierto dolor pero la mayoría son la brújula que me guía en mi mar de recuerdos.

Cuando niño, mientras mi madre ponía casetes de Cri-Cri, La Patita o El Caminito a La Escuela me traían las imágenes de los sábados de compras y las mañanas tibias de camino a mi kínder. Ahora incluso me viene una lágrimita de cocodrilo al recordarlo.

La Merienda y Juan Pestañas me evocan el retrato siempre infantil de mi hermano. Cuando me enfado mucho con él (pasa muy seguido) me doy un trago de esas canciones y termino perdonándolo de la misma forma en que todos los hermanos mayores perdonamos a nuestros hermanos menores… aunque, y este es uno de los más grandes errores que he cometido en mi vida, no se lo digo.

El Último Beso (la versión de Polo y no la de Pearl Jam) trae un recuerdo bastante triste.

Tenía 6 años en casa de mi abuela en la ciudad de México. Mi madre, hermano y yo, por varios meses dormimos en los sillones de mi abuela pues el cuartito donde debíamos alojarnos aún estaba en construcción. Un día y creo recordar que fue por mi culpa, mi mamá se enfadó con mi abuela cuando esta me defendió de su hija, quien me regañaba por no hacer una tarea.

Nos fuimos a nuestro futuro cuarto. Mi madre subió por la escalera de los albañiles, puso un par de periódicos, nuestra ropa, a mi hermano, algunas cobijas y dormimos.

A la mañana siguiente y muy a regañadientes, desayunamos en la sala de mi abuela mientras el estéreo cantaba El Último Beso. Al final de la anécdota todos terminamos regañados y pidiendo disculpas a nuestras mamás.

Metallica y Nirvana le pertenecen al 100% a mí secundaría. Estas bandas fueron el caparazón que me logro salvar de tener rencores contra un mundo en el que yo era el chico nuevo y raro de la ciudad que sacaba dieces sin casi esfuerzo alguno. Bueno, si les tengo algún rencor.

Fue en mi segunda navidad de secundaria cuando me regalaron un Discman que reproducía mp3 que con solo una pila AA funcionaba por 12 horas. Amo ese aparato y lo conservo con todo el cariño materialista que un ser humano puede tener.

Sin embargo, Adiós Nonino me trae el recuerdo tuerto de un padre al que veo más muerto que el resto de mis nostalgias, por la única razón de saberlo tan vivo pero infinitamente lejos y ajeno a mis nostalgias.

Canciones que suenan en este post por orden de aparición:











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